Por Miguel Bonasso. Buenos Aires, 21 de abril de 2013.
Las antinomias de Antonio Gramsci |
Por un lado, la sociedad civil (pluriclasista) saliendo a la calle para reclamar o defender diversos derechos cívicos en una reivindicación polimorfa pero única, por el otro la parte opositora de la sociedad política dividida, desorientada, marchando detrás de aquellos a quienes debería representar sin poder lograrlo.
Completando el cuadro, la parte oficialista de la sociedad política enojada ante la manifestación de la sociedad civil, procurando reducir el número de manifestantes en un estúpido regateo que vuelve a descalificarla.
Las dos categorías centrales del pensamiento gramsciano siguen sin encontrarse.
El teorema de Sandler vuelve a evidenciarse: la argentina es una sociedad con gran energía política y muy escasa cultura política.
En el pasado ese desencuentro entre sociedad civil y sociedad política produjo resultados lamentables. La formidable
energía tectónica que se liberó el 29 de mayo de 1969 en el Barrio Clínicas de
Córdoba no logró ser encauzada por los sectores más radicales y terminó bajo el
ala de Juan Perón que la malversó en beneficio de la reacción, hasta que su
muerte (más que previsible) dejó al país a merced de los asesinos.
El estado asambleario de la ciudadanía,
que estalló en mil colores tras la jornada heroica del 20 de diciembre del
2001, se fue miniaturizando al compás del infantilismo izquierdista, hasta que
el duhaldismo primero y el kirchnerismo
después vinieron a ocupar el centro de la escena.
Más inteligentes que Duhalde, Kirchner
y Cristina acoplaron a su gestión algunas de las reivindicaciones de aquel gran
diciembre que tumbó al estólido y perverso De la Rúa. Reivindicaciones que
tenían que ver –curiosamente- con la calidad institucional de la República. Aunque
la desocupación y el corralito jugaron un papel protagónico en el estallido,
también pesó de manera decisiva el clamor para que se acabara la impunidad
(respecto al genocidio y la corrupción) y el cambio de una Corte Suprema de
letrina por un tribunal superior que hiciera honor a su altura jurídica.
El
cumplimiento (parcial) de estas reivindicaciones cívicas fue recompensado con
el respaldo ciudadano. Kirchner, que había sacado el 22 por ciento de los votos
en los comicios del 27 de abril de 2003, saltó rápidamente a un 70 por ciento
del apoyo popular en todas las encuestas.
Prodigioso capital que descendió vertiginosamente en
la “guerra gaucha” del 2008 y su secuela electoral del 2009 y luego logró ser
recompuesto, tras su muerte y el irresistible ascenso al 54 por ciento.
¿Qué es lo que ocurrió, entonces, entre
aquel resultado electoral y el repudio de grandes sectores ciudadanos que se
evidenció en las marchas del 13S; el 8N y el 18A? El cansancio ciudadano ante
la comprobación de que persiste la cópula entre política y negocios. La
evidencia de que la corrupción mata e impide la construcción de un verdadero
Proyecto Nacional. La aplastante convicción de que los sinvergüenzas van al
sector VIP de las discotecas y no a la cárcel. Que el Estado es un botín para
los políticos y la división de poderes una cuasi ficción que se intenta
perfeccionar –para mal- acabando de una buena vez con el escaso margen que le
resta a la justicia.
Resulta algo simplista decir que una
cosa fue la era de Néstor y otra totalmente diferente la de Cristina, como si
la pareja presidencial no conformara una díada político-ideológica que
construyó a medias lo que suele llamarse el Modelo K. Una suerte de
peronosaurio patagónico que ya ha cumplido diez años de edad.
La creación del Peronosaurio los
unifica más allá de algunas diferencias entre los primeros años de Néstor y los
últimos de Cristina, como el superávit fiscal de Kirchner y el déficit de su
viuda. O el aplauso ante una corte de juristas respetados que ahora ha sido
reemplazado por los destemplados improperios de la señora Bonafini contra esos
mismos juristas.
Lo
que hoy apesta ya estaba en germen en el gobierno de Néstor. Los testaferros
afilaban los cuchillos para el festín de las licitaciones. Más que para gestar una
“nueva burguesía nacional”, para armar en las sombras el Grupo Económico K: las
garras, las fauces y el sistema digestivo del Peronosaurio.
Con un nuevo esquema de la asociación
obligatoria, que logró superar al diezmo menemista: “vas a ganar todas las
licitaciones pero yo voy a tener el diez por ciento de tu empresa”.
Este el secreto a voces que no alcanza
a descubrir la justicia federal de Comodoro Py, donde los allanamientos parecen
un travelling de Tarkovsky. La urdimbre real de la podredumbre política, tapada
por la eclosión cloacal de las malas fariñas, la tv basura, los desorientadores
de opinión y las hetairas que evocan la decadencia del menemismo y su epítome:
el jarrón de Cóppola. ¿Hasta cuando, joven, hasta cuando?
Esta es la clave que oculta el incienso
de los “intelectuales K”. El acertadísimo reemplazo de los eructos de Gostanian
por los razonamientos alambicados de “filósofos” como Forster ante la
mirada comprensiva de Feinman el Malo,
convenientemente cristinizado por el olio sagrado de Cristóbal López y sus tres
mil tragamonedas.
Progresistas
y fascistas conviviendo en el vientre del Peronosaurio Patagónico en transición
-cada vez más notoria y acelerada- hacia el Tyrannosaurus Rex. Hacia la
absolutización del poder.
Así, frente a un sector de la sociedad
política cada vez más ávido de poder y otro sector –el opositor- fragmentado e
ineficiente, emerge nuevamente la reacción multiforme de la sociedad civil
expresando con nitidez su rechazo ante
la degradación del Estado de Derecho, que alcanzaría niveles insoportables con
una nueva reelección en el 2015.
Reacción imprescindible pero
insuficiente.
¿Cómo traducir esa energía en propuesta
política? ¿Cómo superar el escepticismo justificado de la sociedad civil frente
a los vicios e ineptitudes que caracterizan a vastos sectores de la sociedad
política?
El
mero amontonamiento de dirigentes no garantiza el éxito. El fracaso total de la
Alianza es la mejor demostración de que la unidad por la unidad no sirve.
Retroceder hacia una construcción política que tuviera como objetivo excluyente
desplazar al poderoso de turno (llámese Menem o Cristina) sin definir
simultáneamente las grandes metas programáticas que la fuerza emergente
pretende alcanzar, sólo conduciría a una nueva frustración colectiva.
Al mismo tiempo, es indudable que el
proyecto continuista no será electoralmente derrotado sin una imprescindible
sumatoria de votos. Ya. Con la urgencia del caso. No se avizora un 2015
victorioso sin un 2013 que levante una primera barrera contra el avance
autoritario del gobierno.
¿Cómo lograr dos objetivos que parecen
antagónicos? Es un tema arduo, difícil, que trasciende los modestos límites de
esta reflexión puntual sobre el pasado 18 de abril, pero que nos convoca a
todos los que pretendemos vivir en
un país donde la justicia social y la libertad no sean términos antitéticos.
No sobra el tiempo, pero aún es posible
intentar una política de grandeza y desprendimiento como la que la sociedad
civil está reclamando. Los dirigentes más honestos y decididos de la sociedad
política deben ponerse a la altura de este momento histórico, en el que hacen
falta más que nunca las ideas superadoras y los compromisos éticos de cara a la
sociedad civil.
El
país necesita más que nunca un gran frente que trascienda las fronteras
partidarias y se proponga erradicar para siempre el vínculo perverso entre
negocios y política.
Es imprescindible derrotar al grupo
faccioso que pretende eternizarse en el poder, pero de poco nos serviría si no
derrotamos simultáneamente a la corrupción que mata, se disfraza y se
multiplica como una hidra de mil cabezas. No sólo en la sociedad política sino
también en la sociedad civil.
Como cualquier cambio cultural, no será
rápido ni fácil. Pero, como reza un proverbio oriental todo comienza con un
primer paso.
Tal
vez con un Pacto. Que no puede ser el de Olivos, sino el que sellaron los
ciudadanos en las calles de la República.
Nota:
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http://bonasso-elmal.blogspot.com
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