Por Miguel
Bonasso, 18 de mayo de 2013.
La muerte del
mayor genocida de la historia argentina no podía estar ausente de este espacio
personal. Al cabo, gran parte de mi existencia estuvo destinada a combatirlo,
denunciarlo y exigir justicia para sus víctimas. Desde la clandestinidad y
desde la legalidad democrática. Juré como diputado nacional por “la memoria de
los treinta mil desaparecidos”.
Tanto se ha
escrito y dicho en estos días sobre su siniestra trayectoria, que no aportaría
demasiado una nueva semblanza de un asesino serial convicto y confeso.
Prefiero, en cambio, recordar lo que publiqué como primicia en junio de 1998, en el diario Página/12, donde revelé que diez años antes de imponer “la desaparición forzada de personas”, Jorge Rafael Videla y su esposa Alicia Raquel Hartridge de Videla, internaron a su hijo Alejandro Videla –diagnosticado como “oligofrénico profundo y epiléptico”- en la tenebrosa Colonia Montes de Oca, donde murió muy joven.
Como contrapartida, el suboficial retirado Santiago Sabino Cañas, que había cuidado al muchacho en la Colonia no pudo conmover al dictador para que este salvara la vida de su hija Angélica, de 20 años, “desaparecida” por “subversiva”.
¿Qué compasión
podía esperar el suboficial, si Videla había mantenido un secreto absoluto
sobre ese hijo al que hizo desaparecer?
Cuando se
publicaron las notas, Alicia Raquel Hartridge declaró que se trataba de
“destruir a su familia”. Nada de eso tenía yo en mente: la ominosa simbología
de ese secreto familiar debía ser expuesta para que todos los argentinos
–incluidos los que festejaban los goles del 78- supieran que clase de personajes
degradados y miserables habían llegado al poder, aupados por los grandes
capitalistas y la indiferencia de la llamada “mayoría silenciosa”.
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EL HIJO ESCONDIDO DE VIDELA
Por Miguel Bonasso. 21 de junio de 1998
Una tapa de Para Ti de febrero de 1979, en los años más duros de la represión. |
Hasta las biografías oficiales hablaban de siete hijos.
Pero el dictador ocultó siempre al séptimo, Alejandro. Una investigación de
Página/12 reveló la historia siniestra de un hijo internado en la Colonia
Montes de Oca y la historia paralela de los Cañas, una familia destruida.
En los sesenta, una década antes de imponer
"la desaparición forzada de personas", Jorge Rafael Videla internó a
uno de sus siete hijos en la Colonia Montes de Oca de Torres, un
establecimiento para enfermos mentales de tétrica fama, donde en los últimos 20
años han muerto o "desaparecido" en condiciones sospechosas más de
tres mil pacientes.
El muchacho, Alejandro Videla, diagnosticado como "oligofrénico profundo y epiléptico", vivió largos años en la llamada "Casa de los Locos" y murió muy joven en ese inframundo, donde también se esfumó para siempre -hace trece años- la médica Cecilia Giubileo.
El muchacho, Alejandro Videla, diagnosticado como "oligofrénico profundo y epiléptico", vivió largos años en la llamada "Casa de los Locos" y murió muy joven en ese inframundo, donde también se esfumó para siempre -hace trece años- la médica Cecilia Giubileo.
Videla y su esposa, Alicia Raquel Hartridge,
mantuvieron un secreto público absoluto en torno a ese hijo oculto a 100
kilómetros de la Capital, que atravesó la adolescencia con la conciencia cada
vez más nebulosa de un niño de cinco años, en pabellones desalmados donde las
baldosas están siempre mojadas y los internos, librados a sí mismos, deambulan
desnudos, entre orines y excrementos, llamando a las madres que los abandonaron
en ese depósito de carne sin destino. A lo largo de los últimos 10 años se han
escrito cientos de notas sobre los horrores del "loquero" cercano a
Luján, pero ni una línea sobre el hijo de Videla. El terrible secreto, que trae
a la memoria los folletines de Victor Hugo y Eugenio Sué, comenzó a ser
perforado cuando llegó a manos de este cronista una carta, fechada el 24 de
junio de 1977 y dirigida a "Su Excelencia el Señor Comandante en Jefe del
Ejército. Teniente General D. Jorge Rafael Videla", donde podía leerse un
párrafo muy extraño: "Mi General, apelo a sus sentimientos humanos y
cristianos y en memoria de ese hijo suyo que tenía internado en la Colonia
Montes de Oca de Torres, para que me dé una información sobre el paradero de mi
hija Angélica".
La carta estaba firmada por el suboficial mayor
(retirado) Santiago Sabino Cañas, cuya hija María Angélica, de 20 años, había
sido secuestrada dos meses antes en la ciudad de La Plata. Cañas, que había
trabajado en la administración de la Colonia Montes de Oca, tardó dos años en
ser recibido por Videla y cuando por fin lo vio, y lloraron juntos, ya era
tarde: el "querido Ejército", comandado por Videla, había avanzado
sobre sus otros hijos, hasta dejarlo sin familia. Investigando "el caso
Cañas" Página/12 desembocó en la historia oculta de los Videla. En
la investigación -que continúa- colaboraron casi treinta personas, entre
voluntarios y testigos de La Plata, Mercedes, Luján, el pueblo de Torres y la
propia Colonia. La mayoría no quiere ser mencionada. Y algunos, incluso, temen
ser indirectamente identificados.
La casa de los muertos
Como muchos proyectos argentinos, la Colonia Montes
de Oca para enfermos mentales empezó como una bella utopía y acabó en la
crónica roja. Fue fundada en 1915 por el profesor Domingo Cabred con una
concepción de avanzada: ubicar a los pacientes (especialmente oligofrénicos) en
un ámbito natural hermoso donde pudieran realizar inclusive algunas tareas
rurales muy sencillas y asi resocializarse.
La Colonia fue establecida en un predio
generosamente arbolado de 240 hectáreas, ubicado en las afueras del pequeño
pueblo de Torres, a 12 kilómetros de Luján. Allí se alzó el elegante edificio
victoriano de la dirección y doce amplios pabellones que debían albergar a unos
mil a mil doscientos internos. Medio siglo más tarde algunos techos se habían
caído, como los azulejos de baños y cocinas. Por las noches reinaba una
tiniebla atravesada de gritos y llantos aniñados; en los veranos el hedor era
insufrible y en los inviernos, sin calefacción, el frío entraba por las
ventanas rotas. Dos personas, por turno, debían atender a 100 enfermos por cada
pabellón.
La comida fue empeorando con los años y varios
enfermos murieron de inanición. Aunque a uno de ellos, piadosamente, le
pusieran en el certificado de defunción que había sido a causa de un cáncer. En
los setenta la Colonia era, según la gráfica descripción de su interventor
actual Alberto Desouches, "un depósito de cadáveres".
En los ochenta y en los noventa la "Casa de
los Locos" fue intervenida por la autoridad administrativa e investigada
por la justicia. No solo había abandono de los pacientes sino denuncias sobre
tráfico de órganos y de bebés, violación de menores, asesinatos disfrazados de
muertes naturales y un eterno despojo de un presupuesto que hoy alcanza a la
respetable suma de 35 millones de pesos anuales. Cada año la Colonia vomitaba
casi cien cuerpos, muchos de ellos con el rótulo NN, al cementerio de Luján.
Pero cada año, también, aparecían cadáveres en el campo, en las cloacas o en
una ciénaga pestilente, que ocupa 20 hectáreas.
"Un chico rubiecito"
A fines de los sesenta, cuando Videla y su mujer
internaron a su hijo Alejandro, la Colonia no había llegado aún a esas cotas de
horror. La gobernaba un interventor militar, un coronel médico de apellido
Vergara, que para algunos antiguos empleados, hoy jubilados, fue de uno de los
mejores directores que pasaron por el establecimiento. Sin embargo, todas las
personas consultadas por Página/12 (profesionales y empleados de
la Colonia Montes de Oca) coincidieron en un mismo sentimiento: ninguno hubiera
dejado en semejante lugar a un hijo suyo por grave que fuera su patología.
"Los enfermos que van allí -dijo un antiguo empleado ya jubilado- suelen
ser gente muy pobre, que la familia abandona. En cambio Videla, que ya era
coronel o general, ganaría un sueldo lo suficientemente holgado como para
tenerlo mejor."
Un psiquiatra que entró al lugar en los setenta y
ya no trabaja más en la Colonia, fue más a fondo: "Imagínese el frío, las
mesas y sillas de mármol desechos como en el Hotel de Inmigrantes, los internos
que no controlan los esfínteres. El chico de Videla no estaba en ningun lugar
privilegiado, sino en el Pabellón número 7, el de los oligofrénicos profundos,
que de día y de noche suelen vagan por los campos hasta que cada tanto alguno
se cae en un pozo o en la laguna y se ahoga. En la Colonia, el chico de Videla
estaba como uno más. Democráticamente. Y mire que paradoja: tal vez la única
vez en que Videla fue democrático fue para mandar a su hijo a un
manicomio".
Un viejo empleado, que trata de defender "la
imagen de la Colonia" en la que trabajó durante tres décadas, recuerda que
el muchacho ("que tendría unos quince a diecisiete años cuando fue
internado") era "rubiecito, a diferencia de su padre".
Los recuerdos se dividen, en cambio, a la hora de
puntualizar si los dos padres visitaban a su hijo. Todas las fuentes
consultadas aseguran que el militar, que todavía no era comandante en jefe ni
dictador, concurría a un par de veces por mes. Iba los domingos, que es cuando
hay menos personal y siempre de civil. Algunos dicen que lo hacía en un Renault
4 L blanco. Dos fuentes de la época aseguraron a Página/12 que la madre,
Alicia Hartridge, no visitó nunca al hijo escondido. Otra declaró, en cambio,
que ella lo iba a buscar al pabellón y lo llevaba hasta el auto, donde lo
estaba esperando su padre. Una persona, que brindó valiosos datos, pero todavía
teme a las represalias de los militares y no quiso ser identificada, hizo esta
reflexión: "Yo no sé si no es peor que fueran a visitarlo a que no fueran.
Porque veían donde lo dejaban y sin embargo ponían la primera y se iban, sin
él".
El hijo escondido
El viernes último, cuando este diario le
pidió al interventor de la Colonia que abriera los registros para verificar los
datos de ingreso y egreso por fallecimiento de Alejandro Videla, el doctor
Desouches señaló que ya estaba cerrado el archivo (había pasado el horario
reglamentario de las 14 horas), pero que con todo gusto los daría la semana
entrante, cuando estuviera presente la persona a cargo, que es un veterano de
la institución. Esta persona, a la que el interventor consultó por teléfono,
creyó recordar que el joven "de unos 19 o veinte años" habría muerto
en 1970. Ese año el entonces coronel Jorge Rafael Videla fue designado jefe de
operaciones del Tercer Cuerpo de Ejército con sede en Córdoba. Seis años más
tarde, ascendido a teniente general, daba el golpe más sangriento de la
historia argentina.
Si el dato del fallecimiento es correcto, sorprende
encontrar en algunas biografías oficiales distribuidos a la prensa en tiempos
de la dictadura la siguiente mención familiar, en tiempo presente: "casado
con Alicia Raquel Hartridge, tiene siete hijos". Más elocuente todavía, en
el escamoteo del hijo muerto en la "Casa de los locos", fueron
algunas revistas de la época, como Para Ti, que trabajaba orgánicamente
con los servicios militares y, en febrero de 1979, publicó una cover story
titulada "Jorge Rafael Videla en familia", profusamente ilustrada con
fotos de hijos y nietos, todos muy felices, en un lugar tan distinto a Montes
de Oca como puede serlo la residencia de Olivos. En la parte titulada "El
esposo" se dice que los Videla se casaron el 7 de abril de 1948 y
"luego llegaron los siete hijos y treinta años de matrimonio".
Sugestivamente, en las fotos donde aparece la familia reunida, los epígrafes
hablan de "los hijos", como si estuvieran todos (es decir los siete
de que se habla), pero sólo identifican a cinco de ellos. En ningun lado se
habla de un hijo ya fallecido. Tal vez porque nunca vivió. Y sería, como lo
graficó una enfermera, "el único inocente, pobrecito".
Ha sido tan hondo el misterio que guardó su corta
existencia que aún cuesta encontrarlo en la muerte. Página/12
hizo un recorrido por el cementerio de Mercedes, donde según algunas fuentes
estaría enterrado, y no figuraba en los registros. En cambio pudo recoger toda
clase de versiones que, en algunos casos, llegaron a la exageración de la
leyenda: "Dicen -comentó un mercedino- que está enterrado en la quinta de
los Videla".
La tragedia de los Cañas
En los setenta, el suboficial mayor Santiago Sabino
Cañas se retiró del Ejército y entró a trabajar en el Instituto Nacional de
salud Mental. Primero en el Borda y luego en la Montes de Oca, donde hacía
tareas como gestor en la administración. Generalmente viajaba a Luján y a
Buenos Aires para ocuparse de ir al banco y de los trámites oficiales. Era un
hombre reservado, que no solía meterse en chismes, pero igual se enteró del
gran secreto de los Videla y guardó silencio. Inclusive con su segunda esposa,
que lo ayudaba en los trámites de gestoría.
Cañas era radical, pero toda su familia era
peronista y muy activa. Su primera mujer, María Angelica Blanca, era un
referente del Partido Peronista Auténtico y sus hijos militaban en la UES y en
la JP que respondía a la conducción de Montoneros. Todos ellos en La Plata, que
era un volcán de activismo y represión.
El 15 de abril de 1977 Cañas recibió el primero de
los golpes que lo llevaría a la depresión, el cáncer y la muerte en 1990: su
hija María Angélica, de 20 años, era secuestrada en las calles de la
Plata.
Aparentemente por un grupo de ese Ejército al que
había pertenecido durante tres décadas. Como tantos otros padres comenzó a
recorrer el calvario de los hospitales, las morgues, los recursos de habeas
corpus y los pedidos de audiencia a generales y obispos. Y como tantos padres
se fue desesperando al ver que su hija no aparecía. Entonces se animó y le
mandó la carta a Videla que se cita al comienzo de esta nota. En la que no
cuesta percibir su fe, aún intacta, en el Ejército y en su Comandante en Jefe.
Incluso se allana a la posibilidad de que su hija sea juzgada, "si
correspondiera". Sólo quiere conocer "su paradero". El mismo
candor, o una suerte de temeraria malicia, lo llevan entonces a jugar una carta
pesada y recordarle al dictador lo que este, seguramente, no quería que nadie
le recordara: "Mi General, apelo a sus sentimientos humanos y cristianos y
en memoria de ese hijo suyo que tenía internado en la Colonia Montes de Oca de
Torres, para que me de una información sobre el paradero de mi hija
Angélica".
Videla no le concede la entrevista, nadie le
informa el paradero de su hija, pero en la Casa Rosada acusan recibo de la
solicitada.
En agosto, la tragedia se termina de desatar,
arrasando al suboficial. El dos de agosto desaparece su otro hijo Santiago
Enrique de 26 años y a las ocho de la noche del día siguiente, un nutrido grupo
del Ejército llega a la casa de su primera esposa, María Angélica Blanca, y
acribilla las paredes con balazos de FAL. Adentro, está la mujer de 62 años
("docente jubilada"), con su hija María del Carmen Cañas, de 23 años,
embarazada de tres meses y dos criaturas menores de dos años, sobrinos de la
mujer de Cañas. Valiente, la matrona empieza a gritar que se lleven a las
criaturas y logra que la patota deje de disparar. Entonces sale de la casa y
les entrega los chicos. Pero en vez de entregarse ella también, da la vuelta y
regresa hacia el interior de la vivienda, donde la espera su hija. Está
desarmada y ha pedido tregua, pero le disparan por la espalda y le destrozan la
cabeza. Luego entran a la vivienda y acribillan a la hija. Una crónica típica
de la época, publicada por El Día de La Plata, convertirá el asesinato
en el clásico "tiroteo con extremistas", donde un cronista ligero
creerá haber visto bajas de los dos bandos. Y no las actas donde el médico
forense Héctor Luchetti constata "destrucción de masa encefálica por
heridas de proyectiles de arma de fuego".
Por si fuera poco, Martín, otro hijo de Cañas que
hoy es el único sobreviviente de la familia, también es secuestrado. Al
suboficial sólo le queda en libertad Guillermo, que se salvará de la represión
para morir años después. Ya no por la represión, pero tal vez por sus
consecuencias. Martín, en cambio, logrará emerger del infierno y huir a México,
apoyado por la solidaridad de una amiga de su padre.
El suboficial dirige entonces una nueva carta a
Videla donde le recuerda que le envió la "pieza certificada No.
1925", que el aviso de retorno obra en su poder y que, hasta la fecha, no
ha obtenido "respuesta alguna". La tragedia se resume en párrafos
secos, formales, corteses al modo castrense: "Mi General, paso ahora a
informarle de las novedades ocurridas desde mi pedido de clemencia".
"Con fecha 02AGO77 desaparece mi hijo SANTIAGO ENRIQUE de 26 años de edad,
con documento de identidad ,etc." . El día 03AGO77, aproximadamente a las
2000 horas son asesinadas mi esposa, MARIA ANGELICA BLANCA de 62 años y mi hija
MARIA DEL CARMEN CAÑAS de VALIENTE, de 23 años y embarazada de tres meses, las
cuales se encontraban solas en el domicilio con dos criaturas de menos de dos
años de edad". Y concluye: "Mi General, como corolario de lo
expresado, solicito a S.E. me conceda audiencia a efectos de interiorizarlo de
mi desesperada situación".
Su Excelencia no lo recibe en todo ese año, ni en
el siguiente.
Las lágrimas de Videla
Martin Cañas denuncia los asesinatos en el Estado
mayor del Ejército. No pasa nada. Se dirige al arzobispo de la ciudad de La
Plata, Antonio Plaza y tampoco obtiene ninguna respuesta. El comandante del
primer cuerpo de Ejército, Carlos Guillermo Suárez Mason, le concede
formalmente la entrevista pero luego no lo recibe. Tampoco lo hacen el jefe del
Regimiento 7 de la Plata, ni el jefe de la policía de la provincia de Buenos
Aires, ese general Ramón Camps, que se jactará de haber mandado a la muerte a
"cinco mil subversivos".
Por alguna razón que se llevó a la tumba, Camps
elude al suboficial y manda en su representación al coronel Salcerini.
En marzo del 78 reitera infructuosamente el pedido
de audiencia al hombre en cuyos sentimientos de padre y cristiano había
confiado. Silencio.
Los pedidos se multiplican y se reiteran . Hay
varios al ministro del Interior, Albano Harguindeguy, al Jefe de la Décima
Brigada de Infantería, al comandante del Regimiento 7, cuyos efectivos lo han
dejado sin familia.
El 13 de junio del 78 vuelve a pedirle audiencia a
Videla que finalmente lo recibe dos días más tarde.
La audiencia dura 40 minutos y este cronista la
conoce a través de dos fuentes: Martín Cañas que vive en México. Y la amiga de
La Plata, que logró sacarlo del país cuando salió, a sus veinte años, del
centro de reclusión clandestino en el que casi queda enterrado para siempre.
Dura unos cuarenta minutos y es fácil imaginar
todos los formalismos y rigideces que la entorpecieron. Como la hipocresía y el
temor del dictador todopoderoso frente a ese "zumbo" que tenía
enfrente suyo. Ese suboficial radical que, a pesar de las evidencias, seguía
"amando a la Institución" aunque ya no a todos sus integrantes.
Trabado, molesto, torpe, con breves tosecitas,
tratando de parecer solidario con el subalterno como cuadra a un buen jefe, el
comandante en jefe del Ejército le da la misma explicación que luego reiterará
ante los padres de otras víctimas y que han labrado su fama de pusilánime. Que
ha cultivado siempre para tapar la de hipócrita que algunos intelectos más
agudos le adivinan.
Las excusas se van desgranando: "Hay veces en
que yo no puedo hacer nada. hay cosas que escapan a mi control". Dice el
jefe del ejército, olvidando el principio básico de la responsabilidad de
comando."Hay excesos", recita. Hay excesos, claro. tal vez es
excesivo que a Cañas le hayan matado a tiros la mujer y una hija y le hayan
secuestrado a otros tres hijos. Que a él mismo lo venga siguiendo casi todos
los días de su vida, un coche Falcon.
Cañas tiene un nudo en la garganta y por alguna
extraña razón, para provocar al dictador o para establecer un terrible lazo con
él, le recuerda los días de la Colonia Montes de Oca y un favor que él le hiz a
Videla. Una historia de la que sólo se sabe el título porque el suboficial se
la llevó a la tumba. Entonces ocurre lo imprevisto: Cañas llora y Videla llora.
Los dos lloran por sus respectivos hijos. Durante unos segundos hay una emoción
confusa, hasta casi podría decirse perversa por parte de ese victimario que
llora al hijo enterrado en vida en la Colonia Montes de Oca y el padre humilde
que está allí para pedir que le devuelvan algo de esos otros hijos a los que él
no abandonó. Aunque sea el dato de donde están enterrados. Y tal vez intuye que
una misma lógica anuda a ese hijo del general que vagaba entre espectros,
tapándose con las sábanas de la soledad en las noches de espanto del pabellón,
con el destino ignoto de María Angélica y Santiago.
Sale de la audiencia presidencial y un ayudante
severo lo acerca al ministerio del Interior, donde el general Harguindeguy, le
promete la información que nunca llegará y él musita que ahora a su hijo más
chico, Martín, lo tiene lejos. Algun cretino le dice que venga al país, que
"no hay poblema". Pero el subsecretario del Interior, el actual
diputado Ruiz Palacios, lo saca al patio de las palmeras y le aconseja:
"Mire, mejor que se quede en México, en este país no hay seguridad para
nadie".
CLAVES
- Antes de hacer desaparecer a 30 mil
argentinos, Jorge Rafael Videla internó a uno de sus siete hijos en la Colonia
Montes de Oca para enfermos mentales.
- La Colonia ha sido descripta como "un
depósito de cadáveres".
- Alejandro Videla, que entró de adolescente, vivió
años en el pabellón número 7 y murió en la Colonia.
- Los Videla guardaron secreto sobre la vida y la
muerte del hijo escondido.
- El suboficial Santiago Cañas, que trabajó en
Montes de Oca, le mencionó el caso a Videla para salvar a una hija secuestrada
por el Ejército.
- Después de la carta le secuestraron dos hijos más
y le asesinaron a su mujer y otra hija.
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EL ÚNICO SOBREVIVIENTE DE LA FAMILIA
CAÑAS RESPONSABILIZA
A VIDELA
A VIDELA
"El conocía bien el caso"
Por Miguel Bonasso, 22 de junio de 1998.
En diálogo con Página/12 Martín Cañas
responsabiliza al preso de Caseros por el asesinato de su madre y una hermana y
por la desaparición de otros dos. También revela cómo los militares intentaron
secuestrar a su pequeño sobrino cambiándole la identidad. El mismo delito por
el que ahora está detenido Videla.
"Videla es el responsable principal del
asesinato de mi madre y mi hermana y el secuestro de mis otros dos hermanos.
Conocía perfectamente el caso y no hizo nada para salvarlos", dijo a Página/12
Martín Cañas, único sobreviviente de la familia de Santiago Cañas, el
suboficial de Ejército que trabajó en la Colonia Montes de Oca de Torres para
enfermos mentales, donde el ex dictador abandonó a Alejandro, uno de sus hijos.
Como lo informó ayer este diario en exclusiva, el hijo de Videla vivió y murió
--en el mayor de los secretos-- en la tétrica Colonia. Cuando al suboficial
Cañas le secuestraron a su hija Angélica, la primera de una trágica secuela que
acabó con su familia, le imploró a Videla que al menos le permitieran conocer
su paradero. Lo hizo apelando a los sentimientos "humanitarios y
cristianos" del dictador y "en memoria de ese hijo suyo que tenía internado
en la Colonia Montes de Oca de Torres".
Martín Cañas (42 años), que ahora reside en México
donde es profesor de matemáticas, mantuvo una extensa entrevista telefónica con
Página/12 en la que evocó, sobriamente emocionado, la tragedia de su
familia y formuló nuevas revelaciones que incluyen una denuncia por robo de
niños (afortunadamente frustrado) en contra de un sobrino suyo. El episodio
vuelve a vincular su trágica historia con la situación actual de Videla,
detenido precisamente por sustracción de menores.
Según Martín Cañas, su padre conoció
personalmente al hijo de Videla cuando trabajó en la Colonia Montes de Oca y le
habría hecho un misterioso favor al ex general del cual se llevó el secreto a
la tumba. "Según lo que me contó mi papá ni Videla ni su mujer (Alicia
Raquel Hartridge) iban nunca a ver al muchacho, que era discapacitado mental y
estaba ahí tirado, en ese lugar horrible, junto con los otros enfermos de la
Colonia. A mí me queda claro en mi recuerdo que lo habían abandonado. Que eso
es lo que me contó mi padre en 1984, cuando nos encontramos en Buenos Aires
después de la dictadura. Entonces pensé que había una lógica: alguien que hacía
eso con su propio hijo, ¿qué no podía hacer con los hijos de los demás?"
La historia de Martín Cañas es la historia del país
real, sumergido. Pertenece a una familia muy humilde y él mismo, antes de ser
profesor de matemáticas, fue durante muchos años artesano (herrero de obra) y
en los meses de persecución y clandestinidad que siguieron al asesinato de su
madre y su hermana, anduvo de albañil por las provincias. En 1977 el hijo menor
del suboficial retirado Santiago Sabino Cañas tenía 21 años, estudiaba en la
Universidad Tecnológica de La Plata y militaba en la Juventud Universitaria
Peronista (JUP). "En realidad los estudios los tenía un poco abandonados y
tuve que recuperarlos más tarde", recuerda, "porque ya la represión
era muy fuerte". Y no tardaría en caer sobre su familia.
El 15 de abril de 1977 fue secuestrada en las
calles de La Plata su hermana mayor, Angélica, de 29 años, que militaba en la
Unión de Estudiantes Secundarios (UES). "Estaba en la UES --aclara
Martín-- porque recién estaba haciendo la secundaria. Como ocurre en las familias
pobres los hermanos mayores son los que tienen que salir a trabajar y estudian
cuando pueden." Pese a todos los esfuerzos del suboficial Cañas y su
diálogo con Videla, relatado ayer por Página/12, Angélica integra la lista de
desaparecidos. Según averiguaciones hechas por su hermano menor había sido
secuestrada por elementos de la Policía Bonaerense que la habrían llevado al
Pozo de Banfield.
"El 2 de agosto --rememora Martín con una voz
que pretende ser neutra-- secuestraron a mi hermano Santiago, de 26 años, que
también militaba en la UES. Y al día siguiente asesinan a mi madre (María
Angélica Blanca) y a mi hermana Carmen, de 23 años, que estaba embarazada de
tres meses. Yo me salvo por pocos minutos."
El operativo del Ejército y la Bonaerense, que el
diario El Día de La Plata presentó como tiroteo, fue un alevoso
asesinato. María Angélica Blanca (62 años), ya separada del suboficial Cañas,
vivía con su hija María del Carmen, su yerno Ricardo Valiente, su nietito
Ernesto Valiente de un año y medio y una nena "de unos compañeros que
habían sido secuestrados", en una vivienda precaria ubicada en las calles
134 y 39 de La Plata. Allí llegó a las 6.30 de la tarde del 3 de agosto su hijo
mejor, Martín, para avisarles que "se levantaran antes de que aparecieran
los milicos". El consejo era certero porque Martín se fue y "la
patota apareció a la media hora". La madre de Martín, que era dirigente
del Partido Peronista Auténtico (PPA), y su hija fueron acribilladas a balazos
pese a que estaban desarmadas y no habían opuesto resistencia. Las actas del
forense, reproducidas ayer en estas páginas, señalan claramente que los
cadáveres de las dos mujeres presentaban idéntica "destrucción de masa
encefálica".
Los únicos sobrevivientes son los chicos, que se lleva
el Ejército y que el suboficial Santiago Cañas lograría recuperar casi dos
meses más tarde, en la Casa Cuna, cuando a su nieto Ernesto Valiente ya le
habían falsificado la partida de nacimiento y lo habían rebautizado Cristian,
con la evidente intención de robarlo a su familia de sangre. El delito
imprescriptible por el cual el juez Roberto Marquevich tiene hoy procesado a
Jorge Rafael Videla.
Martín Cañas revive aquel momento terrible, desde
la piel de su padre, ese hombre humilde que a los ocho años ya trabajaba en la
cámara de un frigorífico y que había entrado al Ejército, como tantos muchachos
de su condición, para encontrar comida, techo y un reconocimiento social. Que
en sus súplicas a Videla todavía le hablaba de "nuestro querido Ejército",
"como si fuera el mismo ejército el de los zumbos y los oficiales que los
desprecian", comenta Martín. Y recuerda que su "papá", como lo
sigue llamando, fue al lugar de la masacre como fue él mismo, "haciéndose
el pelotudo". Y su padre estuvo "a punto de ser boleta".
"Porque había una patrulla de la Policía Bonaerense y aunque él se
identificó como suboficial del Ejército le tiraron la credencial al suelo. Así
como las fotos de la familia que había ido a recoger en los escombros. Porque
se habían robado todo y habían destruido todo." Hostigado y provocado por
los policías, Cañas emprendió la retirada a pie. Hasta que se echó a correr y
se metió en el colegio religioso San Miguel, donde pidió un teléfono "para
comunicarse con su amigo el suboficial Larrubia, que presidía el Círculo de
Suboficiales Retirados".
Pronto, un grupo solidario acudió a rescatarlo del
cerco que ya habían establecido los policías. "Ellos le salvaron la vida
--dice Martín-- y fueron decisivos para recuperar a mi sobrino Ernestito de la
Casa Cuna". Ellos también, esos suboficiales que Martín Cañas ve
"despreciados por las jerarquías militares, porque son hijos de obreros y
peones", hicieron lo que hoy se llama un "lobby" para que Videla
recibiera, finalmente, al hombre que le había recordado, con candor o
temeridad, que había tenido un hijo, allá, en esa Colonia Montes de Oca de
Torres que en los ochenta llegaría a ser una especie de Auschwitz de la
psiquiatría argentina.
Pero en aquellos meses terribles Martín Cañas no
pudo verse con su padre. Y no conoció la historia decimonónica del Videla
internado en la Colonia Montes de Oca. Deambulaba entonces por las provincias,
como alucinado extranjero en un país hostil y extraño, donde veía a la gente
reír y se preguntaba "¿y de qué se ríen estos pelotudos?". Mientras
su padre, en una de las múltiples cartas a Videla, lo daba también a él como
"desaparecido" preventivamente, para protegerlo de la represión.
Se enteraría de la historia mucho después, cuando llegó la democracia y
él pudo regresar de un exilio amparado por el ACNUR en el que había transitado,
sucesivamente, por Brasil, Francia y México. Ese México al que regresaría a
vivir, ya por propia voluntad, crítico de esa "democracia que no castigó a
los culpables y no nos hizo justicia a las víctimas". Cuando se encontró
con su padre, que moriría cuatro años después (en 1988), vio "a ese hombre
que había consagrado treinta años al Ejército y no podía creer que el Ejército
hubiera practicamente aniquilado a su familia. Recordé nuestras discusiones de
otros tiempos, cuando él decía que la institución era noble y que los malos
eran algunos hombres. Pero ya parecía haber comprendido que toda la institución
había estado involucrada en la represión. Y que ese Videla que la comandaba y
que lo había recibido tarde y para no aportarle nada, ni siquiera un dato sobre
mis hermanos, era si no el único, el principal responsable de su
desaparición".
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VIDELA INTENTO DESMENTIR LA DENUNCIA
SOBRE SU HIJO FALLECIDO
Otra mentira desde el poder
Otra mentira desde el poder
Elena Hartridge dijo que su hijo nunca estuvo en la
Colonia Montes de Oca, pero el actual director de la misma confirmó lo
contrario, detallando su fecha de ingreso y su permanencia en el
establecimiento hasta que falleció. La verdadera historia de un "depósito
de seres vivientes"
Jorge Rafael Videla, el dictador que arrasó con
miles de familias.
Su mujer niega todo, pero él fue socio de la cooperadora de la Colonia.
Su mujer niega todo, pero él fue socio de la cooperadora de la Colonia.
Por Miguel Bonasso, 23 de junio de 1998.
Alicia Hartridge de Videla intentó desmentir ayer
lo que reveló Página/12 este domingo: que ella y su esposo, el ex
dictador Jorge Rafael Videla, tuvieron un hijo oligofrénico al que internaron
en la Colonia Montes de Oca de Torres, a doce kilómetros de Luján, donde el
joven permaneció hasta su muerte, en junio de 1971. Sostuvo, además, que Página/12
pretendía "deshacer su familia". Este cronista, por su parte,
confirmó de manera puntual y oficial la información adelantada a los lectores
en las ediciones de ayer y anteayer: Alejandro Eugenio Videla fue dejado por
sus padres en la Colonia Montes de Oca para discapacitados mentales, donde
permaneció durante siete años y falleció a los 19 años. La señora de Videla no
hizo ninguna referencia a la otra familia aludida en las crónicas: la del
suboficial retirado Santiago Sabino Cañas, a quien efectivos dependientes de su
esposo le secuestraron dos hijos y le asesinaron a la mujer y otra hija. Amén
de intentar robarle el nieto de año y medio, Ernesto Valiente.
Según diversas fuentes periodísticas, Alicia Raquel
Hartridge de Videla habría mantenido dos diálogos con la prensa. Uno
telefónico, en la noche del lunes, con la producción de América TV, en el que
desmintió haber tenido un hijo internado en la Colonia Montes de Oca, aunque admitió
que uno de sus siete hijos había fallecido a los 19 años. El otro habría sido
ayer por la mañana, a través del portero eléctrico de su vivienda. De acuerdo
con el relato del diario Crónica, que reproduce un cable de Noticias
Argentinas, habría dicho "enfáticamente": "Yo he tenido siete
hijos, pero mis hijos no son míos. Son de Dios. Dios me los dio y se los puede
llevar cuando tenga ganas. Me llevó uno. Me mandó un enfermo, me lo regaló 19
años. Y nos mandó un ángel a nuestro hogar. Lo que quiere ese diario (aludiendo
a Página/12) es deshacer la familia. Pero no nos van a deshacer". Luego,
"cuando una periodista de un canal de cable le preguntó si había tenido,
entonces, un hijo oligofrénico, la mujer respondió: "No, por Dios, no fue
oligofrénico; murió a los 19 años, hoy tendría 46". Para concluir:
"Lo cuidé yo con mi marido. No nos van a deshacer. No, adiós".
El vespertino agrega que "otra hija de
Videla" a la que le preguntaron si la familia había ocultado a un menor
enfermo, lo desmintió con un "nunca, jamás".
Por su parte, el doctor Alberto Desouches, actual
interventor de la Colonia Montes de Oca, confirmó, en diálogo con este
cronista, la información adelantada por Página/12. Según consta en los
registros oficiales del establecimiento psiquiátrico, Alejandro Eugenio Videla,
hijo de Jorge Rafael Videla y Alicia Raquel Hartridge de Videla, nacido el 7 de
octubre de 1951, fue ingresado por su padres a la Colonia Doctor M. A. Montes
de Oca el 28 de marzo de 1964. En la internación, como es de rigor, tomó parte
el juzgado civil número 2 de la ciudad de Mercedes, que designó
"curador" (o sea salvaguarda legal) del interno a su padre Jorge
Rafael Videla. Aunque el doctor Desouches no quiso proporcionar la historia
clínica del interno, que apenas contaba 12 años cuando fue internado, este
diario pudo establecer que el diagnóstico era de oligofrenia profunda combinada
con epilepsia, lo que suele ser común en esta clase de patología. Alejandro
Videla falleció en la llamada "Casa de los Locos" el primero de junio
de 1971 a causa de un edema agudo de pulmón provocado por insuficiencia
cardíaca. Tenía 19 años. En aquel momento su padre, que era coronel, revistaba
como jefe de operaciones del cuerpo III de Ejército, con sede en Córdoba. Seis
meses más tarde sería ascendido a general de brigada y nombrado director del
Colegio Militar. La Argentina padecía la penúltima dictadura castrense de este
siglo, autodenominada Revolución Argentina. Al frente de la presidencia de
facto estaba el oficial de inteligencia Roberto Marcelo Levingston y la Colonia
tenía como interventor al coronel médico René Bergara (ya fallecido), cuya
gestión es recordada elogiosamente por algunos veteranos del establecimiento
que hoy viven, jubilados, en las localidades cercanas.
El actual interventor Alberto Desouches, ya
consultado por este cronista la semana pasada, volvió a tener una actitud
abierta ante el requerimiento periodístico, con la única salvedad de los
detalles clínicos. El interventor, embarcado en un plan de "desmanicomialización"
de la Colonia, negó haber dicho que ésta fuera un "depósito de
cadáveres" en los años '70. Pero admitió que el establecimiento era
entonces, como otros "manicomios", un "depósito" de seres
vivientes, según el criterio "asilar" (de asilo) y "asistencialista"
que primaba en aquellos años, cuando los Videla internaron en la Colonia a su
hijo Alejandro.
Preocupado por ser y aparecer como rigurosamente
objetivo, el interventor subrayó que "las visitas familiares de los Videla
se efectuaban con regularidad" y que el ex dictador "fue socio y
miembro directivo de la cooperadora" de la Colonia. Datos que, según el
doctor Desouches, figuran en las actas.
Su testimonio corrobora todos los aspectos
esenciales de las notas publicadas hasta hoy por Página/12, que vinieron a
quebrar un secreto mantenido a cal y canto durante tres décadas: los Videla
tuvieron un hijo con un severo problema de discapacidad mental, que mantuvieron
oculto y "depositaron" en la Colonia Montes de Oca, donde se murió.
Un triste loquero, que en los setenta ya era un depósito de seres humanos y en
los ochenta y noventa sería objeto de varias investigaciones administrativas y
judiciales por las gravísimas irregularidades que se perpetraron en contra de
los enfermos.
Quedan escasos detalles por resolver en la investigación que no tienen,
aparentemente, mayor importancia. La exhumación y publicación de esta historia
no obedece al propósito señalado por la esposa del dictador. Ni este cronista
ni este diario se dedican a "deshacer familias", especialidad que sí
llevó al paroxismo generalizado el esposo de la señora Alicia Raquel Hartridge,
ni hubo ningún afán por meterse gratuitamente en la intimidad de la familia
Videla, porque tampoco es la especialidad de Página/12 y porque la
justicia, que debe alcanzar al ladrón de niños con todo el rigor que marca
nuestro ordenamiento jurídico constitucional, no tiene por qué extenderse, de
manera arbitraria y revanchista, a sus familiares. Porque eso equivaldría a
copiar la ideología del Proceso. Si esta terrible historia familiar no hubiera
estado cruzada con la tragedia del suboficial del Ejército Santiago Sabino
Cañas, al que el esposo de la señora dejó sin mujer y tres hijos, la historia
de Alejandro Videla hubiera tenido mucho menor impacto sobre la sociedad. El
único objetivo de este trabajo ha sido el que cuadra a un periodismo
independiente: develar los ocultamientos y mentiras del poder.
CLAVES
* La esposa de Videla negó que su hijo haya estado
en la Colonia Montes de Oca, pero el interventor actual ratificó que estuvo
internado allí hasta la muerte.
* El ex capitán D' Andrea Mohr presentó ante el
juez Bagnasco órdenes escritas y firmadas por Videla y Viola dando directivas
para el plan de exterminio y obligando, entre otras cosas, a denunciar docentes
subversivos.
* El juez Marquevich dictará entre mañana y el
viernes la prisión preventiva para el ex dictador, mientras sigue el debate
sobre la existencia de cosa juzgada.
* Massera fijó domicilio ante el juez Urso con la
finalidad de evitar ser sorprendido o detenido como consecuencia de citaciones.
* La Ley de la Verdad propuesta por el PJ a fines
de abril está cajoneada por presiones militares y dudas del oficialismo.
Nota: Este artículo se puede
reproducir, sin ningún tipo de modificación o mutilación, siempre que se cite completa
la fuente original:
http://bonasso-elmal.blogspot.com
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