Hugo Chávez, Fidel Castro y Miguel Bonasso durante un acto en la Plaza de la Revolución, febrero de 2006. |
al Compatriota Miguel Bonasso
le había agregado de su puño y letra:
Hermano mío: Camarada, Compañero, Combatiente.
Cinco días antes, en el CIMEQ de Cuba, había muerto mi mujer Ana de Skalon, que era chavista y medio venezolana. Hugo Chávez había enviado al velorio a su hija María, la misma que le había salvado la vida cuando el golpe del 11 de abril de 2002.
La carta lo pintaba de cuerpo entero: había citas del poeta cubano Raúl Hernández Novas y del argentino Francisco “Paco” Urondo. Y sentimientos que anticipaban al dedillo lo que yo sentí hace unas horas, al toparme con un letrero televisivo: ÚLTIMO MOMENTO: MURIÓ HUGO CHÁVEZ.
“No tengo palabras para decir esta infinita tristeza y este dolor sin nombre: la desaparición física de Ana, literalmente, me ha dejado sin palabras. Quisiera por eso mismo, poder transmitirte la más honda solidaridad de camarada, amigo y hermano, de forma directa –cargando de afecto cada uno de estos renglones- y sin el menor adorno retórico (...) Mi mayor deseo es que estas líneas lleguen hasta ti como un fuerte abrazo: el fuerte abrazo de quien lamenta, de corazón, no estar a tu lado, físicamente, en esta hora”.
Puedo reenviarte tus propias palabras, Hugo: “cuando desaparece un ser tan entrañable y tan luminoso da la impresión, ciertamente, que todo se viste de ausencia. De una ausencia para la que no hay consuelo”.
“Es un buen hombre”, había dicho una vez Fidel Castro y la honda sencillez de la frase ocultaba un sentido profundo: es muy difícil llegar a la punta de la pirámide y seguir siendo una buena persona.
Cómo ha de estar sufriendo detrás de su barba de quijote. Se le ha muerto el hijo mayor. El que mejor citaba a Paco Urondo: sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia. Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra; compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se corrompe.
A Fidel que lo cuidó tan amorosamente en La Habana, que lo descubrió en 1994 cuando tanto izquierdista distraído lo consideraba un simple militarote tropical.
Porque ahí empieza la historia que esta noche negra quiero contarles.
La parábola del paracaidista
En agosto de 1992, Ana de Skalon, el cineasta Jorge Denti y el autor de estas líneas, conformamos un equipo que pretendía registrar dos fenómenos que marcarían toda la década: la implantación del modelo neoliberal y la crisis consecuente de los viejos populismos que abandonaban sus banderas históricas para sumarse al Consenso de Washington. Recogimos valiosos testimonios que fueron ensamblados en un programa ómnibus, emitido por Channel Four de Londres, el 12 de octubre de ese año. En conmemoración de ese Quinto Centenario que el gobierno español denominó, con involuntaria ironía: el Encuentro de Dos Culturas.
En Caracas logramos una entrevista excepcional, que fue primicia mundial: la exclusiva en la cárcel de Yare al joven teniente coronel Hugo Chávez Frías, jefe del Movimiento Revolucionario Bolivariano 200 y del frustrado alzamiento del 4 de febrero contra el desprestigiado presidente Carlos Andrés Pérez.
En la sala de edición, cuando empezamos a ver el material, intuimos que ese teniente coronel que citaba a Eduardo Galeano y Antonio Gramsci, no tenía nada que ver con los carapintadas del Sur y, por eso mismo, iba a causar ruido. Muchísimo ruido.
En setiembre de ese mismo año de gracia no me pude contener y publiqué una síntesis del insólito reportaje en el diario Página 12. Ahí les va tal y como se publicó hace veinte años, sólo que escaneada y en 5 imágenes:
En la cárcel de Yare, en agosto de 1992. El joven paracaidista ya empezaba a convertirse en un líder popular. |
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