Chávez y la muerte
Una señora de uñas largas y moradas
Por Miguel Bonasso. Buenos Aires, 07 de marzo de 2013.
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Aquella fiesta en el Palacio San Martín. |
__Coño, estaba mucho más delgado.__Dijo el Presidente Hugo Chávez, cuando terminó de rodar el video que le habíamos grabado diez años antes, en la cárcel de Yare, cuando era un joven paracaidista que se había alzado en armas contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez.
El reportaje, el primero que se le hizo al venezolano a nivel mundial, había sido emitido por Channel Four de Londres el 12 de octubre de 1992, cuando el gobierno español festejaba el “Quinto Centenario” del encontronazo entre dos culturas.
La noche anterior, la del 25 de mayo del 2003, habíamos charlado mucho sobre Perón, en la fiesta que brindó la Cancillería en el Palacio San Martín, para agasajar a los jefes de estado que habían concurrido a la toma de posesión de Néstor Kirchner. Allí estaba también Fidel Castro, que le propuso al flamante presidente argentino, “tirarse una foto” con él y con Chávez:
__Ven Néstor, súmate al eje del mal.__Le dijo un zumbón Fidel a un incómodo Kirchner.
Luego, Miguel Angel Estrella había tocado el piano para la ilustre audiencia. Mientras se desgranaba un fragmento de sonata, Fidel me preguntó por lo bajo si la ceremonia iba para largo: quería mantener una de sus interminables reuniones conspirativas con Chávez y pretendía que yo lograse un acercamiento entre el exuberante llanero y el indescifrable patagónico.
Al despedirnos, entre los mármoles del palacio que supo ser de los Anchorena, Chávez me aseguró que me recibiría al día siguiente por la mañana, para ver juntos aquel video gramsciano fatto in carcere y darme una gran exclusiva para el que entonces era mi diario, Página 12. Y tal vez algo más, que el venezolano me diría en vivo y en directo en la suite presidencial que ocupaba en el Four Seasons.
Fue la entrevista más larga, accidentada y macóndica de toda mi larga carrera periodística. Empezó a las nueve de la mañana en el Four Seasons, se interrumpió a la hora y media porque el Presidente de Venezuela debía entrevistarse con su par argentino Néstor Kirchner y se reanudó a las tres de la madrugada en un salón del hotel. Concluyó pasadas las seis. A esa hora, un Chávez insomne, partió del Four Seasons para abordar el avión presidencial que lo llevaría a Perú y de allí a Caracas. Lo vi alejarse desde un ventanal, llevando de la mano a la más pequeña de sus hijas, Rosa Inés, que estaba por cumplir seis años. Esa mañana había entreabierto la puerta del dormitorio y nos enseñó a la nena que aún dormía en el lecho gigantesco.
__Anoche disputó con Fidel, porque ella quería jugar y Fidel quería hablar conmigo.__Nos confió con sonrisa enternecida.
Antes nos había hablado de la mayor Rosa Virginia, de 25 años, que estaba embarazada de un varón; María Gabriela, que ya lo había hecho abuelo cinco años atrás y Hugo Rafael, que estaba por cumplir veinte. María Gabriela, a quien Fidel Castro llama “la heroína” , fue la que anunció al mundo, durante el golpe de abril de 2002, que su padre no había renunciado y que estaba en peligro de muerte.
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La noche del 25 al 26 de mayo de 2003 en el Palacio San Martín, durante el agasajo a los visitantes extranjeros. La frase de Fidel al flamante presidente Néstor Kirchner: "Ven y únete al eje del mal". |
La primera parte de la entrevista terminó con un planteo
político del entrevistado: Fidel le había dicho que yo podía servirle de nexo
con los Kirchner. Meses después traté de honrar esa propuesta, asegurándole al
presidente argentino que la alianza con Venezuela era vital para los intereses
nacionales. Había que equilibrar la gigantesca asimetría con el Brasil, que era
un “imperio bueno”, pero un imperio al fin. El intercambio no tenía límites por
tratarse de economías complementarias. Los hechos posteriores me dieron la
razón: las exportaciones argentinas a Venezuela pasaron de 130 millones de
dólares en 2003 a 1.860 millones en el 2010.
Pero el núcleo dramático de la entrevista llegó en la
madrugada, en ese salón desierto que nos abrió la guardia y parecía una
escenografía de Alain Resnais en “El año pasado en Marienbad”, allí habló por
primera vez de sus sueños recurrentes, donde la muerte “es una señora de uñas
largas y moradas” y relató, con ritmo de Le Carré, la conspiración que estuvo a
punto de asesinarlo. Todo comenzó con un disparador convencional:
__Quisiera conocer sus vivencias del golpe de abril. La
intimidad del golpe.
__La intimidad…Déjame ver por donde comienzo a seguir una
línea que no sea simplemente un recuento de los hechos.
Anatomía de un golpe
Buenos Aires, 26-27 de mayo de 2003
Ellos habían decidido domarme, desde el momento en que ya se hizo
visible que yo iba a ganar las elecciones. Es decir, antes de ser presidente.
Cuando las encuestas reflejaron lo que iba a ocurrir, los sectores pudientes
del país decidieron acercarse un poco, a tratar de rodear al presidente. Y eso se
incrementa una vez que asumo. Tenían un plan, pues, de tratar de desviarme, de
que no hubiera quien llevara adelante los planes de transformación.
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Le pedí que relatara la intimidad del complot para asesinarlo y tuve el inquietante privilegio de acceder a sus peores pesadillas. |
Cuando se
dan cuenta de que no consiguen domarme, entonces se van por la vía golpista. El
golpe de Estado en Venezuela tuvo tres disparadores. El primero de ellos es el
11 de septiembre. Eso desató una nueva actitud del gobierno de Estados Unidos,
que comenzó entonces a alentar a la oposición venezolana. Ahí hubo un cambio
notable. Producto de unas declaraciones que yo emití sobre el ataque a
Afganistán, ellos mandaron a buscar a su embajadora de entonces (Donna Hrinak),
cosa que no había ocurrido nunca en Venezuela.
La mandaron a llamar para una
consulta y regresó luego con un mensaje. Yo la recibí y déjame decirte que la
embajadora, en un tono muy desafiante, agresivo, me hizo una serie de
planteamientos. Yo me vi obligado a pararla y decirle: “Embajadora, yo le
recuerdo que está hablando con el presidente de este país, hágame el favor y se
retira y cuando usted entienda cómo tiene que hablar al presidente de un país,
usted regresa”. La señora salió hecha una tromba.
Todo había comenzado cuando el bombardeo de Afganistán, yo hice una declaración
que me salió del alma porque vi una foto de unos niños muertos por una de esas
bombas que llaman inteligentes. Yo vi esa foto y dije: “Así no, terrorismo con
más terrorismo no es justo esto”, ¿no? Me salió muy del alma. Ellos lo tomaron
como una agresión. Ahora bien, ese fue un disparador y metió a la oposición
interna a coger vuelo; se dijeron: estamos apoyados ahora, vamos contra Chávez.
Y comenzaron a viajar mucho a Washington, a ser recibidos allá por funcionarios
y a recibir apoyo, incluso abiertamente. Yo una vez llamé a la embajadora y le
dije: “Mira, tengo informes de que ustedes están recibiendo allá a dirigentes
de la oposición y lo vengo a plantear porque me lo dijo alguien que estuvo en
una reunión”. Un venezolano que invitaron por error, porque a veces se
equivocan también, y este venezolano que no es chavista vino alarmado y le
comunicó a un amigo común lo que él le oyó decir allá a gente de la oposición,
que a Chávez había que derrocarlo o matarlo. Y lo dijeron hablando con
funcionarios del Pentágono.
El segundo disparador, también en el 2001, fue la aprobación en noviembre de
las 49 leyes transformadoras, revolucionarias: ley de pesca, ley de
hidrocarburos, ley de tierras, ley de finanzas, ley de impuestos sobre la
renta, leyes para sembrar el proyecto de la Constitución.
El tercer disparador, que era consecuencia del primero y del segundo, fue el
hecho de que un grupo importante de generales de la Nación terminaron
comprometiéndose con el sector empresarial, con el sector político golpista y
sus aliados internacionales.
Fíjate que en diciembre un hombre en quien yo creí
mucho, (Luis) Miquelena, un hombre de una trayectoria larga, al que conocí
estando en prisión y al salir de la cárcel formamos el partido; el que presidió
la Constituyente (imagínate tú la confianza que yo le tenía), este hombre
comenzó a quebrarse. Una noche después de un extraño viaje a Estados Unidos a
un supuesto chequeo médico que se hizo muy largo, Miquelena –que era ministro
de Interior y Justicia– vino al Palacio y me dijo así, abiertamente: “Mira,
Hugo, yo vengo a plantearte que tenemos que dar un paso atrás con estas leyes
habilitantes que aprobaste; han generado todo este conflicto, tenemos que
anularlas”. “No, le dije. Es el momento de profundizar el proyecto de
transformación.” Luego vino la huelga del 10 de diciembre, de la patronal, el
lock out empresarial. Comenzó enero con movilizaciones de la oposición, la
campaña mediática incendiaria, llamando a los militares abiertamente a
conspirar y luego vino el golpe de Estado. ¿Por qué se da el golpe de Estado?
La respuesta se la di, ya estando preso, a un obispo de la Iglesia Católica que
era opositor desde antes que yo fuera presidente.
En el amanecer del 12 de
abril de 2002 yo llego preso al comando del ejército y allí me encuentro con el
obispo junto a los golpistas. Entonces los generales salen del salón para
debatir con (el presidente de facto Pedro) Carmona qué iban a hacer conmigo. El
obispo se me acerca y me dice: “¿Cómo se siente Chávez”. “Bueno, monseñor, yo
me siento por supuesto muy preocupado, pero déjeme decirle que muy bien
espiritualmente.” “¿Ah sí?, ¿por qué se siente bien, con todo esto que ha
pasado?: los muertos, el país dividido. ¿No cree que se hubiera podido hacer un
esfuerzo mayor de consenso, de diálogo?” Yo le respondí: “Monseñor, no me venga usted a dar aquí sermones. Yo estoy muy
claro y usted debería estarlo. Yo estoy aquí sentado, no sé si me van a matar
incluso y no sé si me pesaría, porque estoy consciente de estar aquí por haber
sido fiel a un pueblo. Yo hubiera podido entregarme a esa oligarquía fiera; hubiera
sido fácil para mí, cualquiera de estas noches de batalla que he pasado, llamar
a palacio a tres o cinco personas y decirles, está bien, qué quieren y hubiese
terminado ese conflicto. Sólo que yo hubiese pasado a formar parte de esa
columna larga de los enanos de largas trenzas, como los llama el poeta chileno
Mafud Masis en su ‘Oración a Simón Bolívar en la noche oscura de América’. Y yo
no seré nunca uno de tantos enanos de largas trenzas como hubo en esta patria.
Así que por eso estoy bien espiritualmente”. La fidelidad absoluta a la
esperanza del pueblo basta para aguantar lo que haya que aguantar y eso
enriquece por dentro.
Ahora, déjame decirte algo, yo hoy me siento mucho más que ayer, a pesar de los
errores que como cualquiera he cometido, porque me he probado, vencí halagos,
vencí tentaciones del poder económico; yo pudiera ser rico ahorita, pudiese
tener cuentas y casas, pudiese tener mujeres, pero yo me he mantenido fiel y ya
sé que siempre me mantendré así.
–¿Hubo real peligro de muerte esa noche?
–Claro, me iban a matar, hermano. Los generales y almirantes que habían salido
para deliberar con Carmona entran en tropel. Eran muchos, como 60. Algunos eran
amigos de toda la vida, y eso es lo que duele, ¿no? De la misma manera que debo
decirte que muchos se mantuvieron fieles: por un traidor, cien leales. Me
colocan una hoja con una renuncia ya redactada y me dicen: “Tienes que firmar
aquí”. Yo les contesto: “No, ustedes se equivocan”. Los miro a todos y les digo
cuatro cosas: “Yo no voy a firmar ese papel, ustedes parece que no me conocen a
mí. Tantos años juntos en este camino y ustedes no me conocen. Yo no voy a
firmar eso. Ustedes con eso podrán hacer lo que quieran”. Eran como las cuatro
de la mañana del 12 de abril y entonces les dije: “Ustedes como que no se dan
cuenta de lo que están haciendo, cuando salga el sol dentro de poco, van a
tener que explicarle a este país qué es lo que están haciendo”. Ellos vuelven a
insistir en que tengo que firmar la renuncia. Les digo que ni siquiera me
muestren esa hoja. Entonces uno de ellos dijo “bueno, eso no importa”, agarró
el papel y se lo llevó.
Luego me llevan a un sitio de reclusión dentro del fuerte Tiuna, al regimiento
de la policía militar. Y, a propósito del fuerte Tiuna, les cuento algo que he
dicho poco en verdad. Cuando yo decido entregarme (unas horas antes, en el
Palacio de Miraflores), en contra de la opinión de José Vicente (Rangel), le
digo: “Yo me voy a ir a fuerte Tiuna para ver qué pasa allá”. Pero lo que hay
en el fondo de esa expresión es que yo iba como un pez a su propia agua. Yo ahí
me hice hombre, ahí me hice rebelde, conozco cada cuadra, cada esquina. Y las
eché de menos cuando salí de prisión y entregué el uniforme. Debo decirles que
de cuando en cuando el desierto pega, el desierto pega, ustedes cruzaron el
desierto y lo saben: entonces fue el divorcio, los hijos pequeños lejos,
enamorarme de nuevo y tampoco, porque yo andaba en batalla... Una noche, con
una botella de vino, le conté mis penas al general Jacinto Pérez Arcay, que era
comandante cuando yo era cadete y me encendió la llama bolivariana. Un maestro
de esos que uno tiene toda la vida. Le digo que terminé con la amada, que ella
me ama y yo la amo pero no se puede porque ella quiere vivir, quiere playa y
quiere fines de semana...
–¿Era su primera mujer?
–No, era la segunda. Yo estaba divorciado de la primera, que me acompañó
durante 17 años y es la madre de María, de Rosa y de Hugo. Le cuento la pena a
este buen general, maestro y filósofo, que es muy severo en el análisis pero
profundo y me dice: “Hugo, ¿de qué te quejas, no te acuerdas de lo que dijo
Bolívar?”. Ya al final de su vida Bolívar le dijo a Perú de Lacroix que si
María Teresa, su mujer, que se murió de unas fiebres muy jovencita, no se
hubiese muerto, él no hubiese sido más que alcalde de San Mateo. Así me dijo
Pérez Arcay y agregó: “Tú andas en el carro de Marte, Venus no se monta en ese
carro”. Yo creo que sí se monta a veces, ¿no? Tú ves a Fidel y sus soledades y
entonces entiendes: es difícil el amor, la pareja en estas circunstancias. Me
ha pasado de nuevo, otro matrimonio e igual la tormenta que lo rompe y ahí está
esa Rosa Inés hermosa... (su debilidad, la hija menor de seis años).
Les decía: fui a Fuerte Tiuna, como a mi propia agua. Como había ido en secreto
cuando salí de prisión en 1994. En 1994, 1995, yo estaba perseguido y no tenía
ni dónde vivir, dormía en una camita prestada en la casa de una viejita que era
la mamá de un oficial. La viejita se atrevió a alojarme, porque casa donde yo
iba, casa que era vigilada. Presionaban con llamadas anónimas amenazando con
destrozar a Chávez. La idea era aislarme de todo contexto, de toda posibilidad,
mientras las organizaciones avanzaban por otro lado. No tenía ni carro. Un buen
día, en mi cumpleaños del año ‘94, unos amigos me trajeron una torta y me
hicieron salir a la calle: “Mira Hugo, ven a ver el regalo que te trajimos”. Y
era una camioneta usada, una Toyota de esas Samurai, pero buena, ¿no?
Empecé a
recorrer el país con esa camioneta, como siempre fortalecido, aunque de vez en
cuando el sol del desierto pega duro, y en esos momentos, cuando me sentía
débil, yo buscaba algún oficial activo, que fuese como Pérez Arcay, general, o
coronel, y le decía mira, vale, llévame a Fuerte Tiuna. Como no me dejaban
entrar a Fuerte Tiuna, ni a ningún cuartel, yo entraba a FuerteTiuna en un
carro manejado por un oficial al que no le pedían identificación y yo atrás,
como leyendo un periódico, pasaba. Y entonces yo le decía al oficial, mira,
vale, damos la vuelta por allá, párate ahí. Yo me iba donde un arbolito, yo me
bajaba ahí dos o tres minutos, daba unas vueltas por el fuerte y salía
fortalecido. No se lo dije la noche del golpe a José Vicente, pero yo quizá de
modo inconsciente quería ir al Fuerte Tiuna en vez de quedarme en palacio
resistiendo, porque los golpistas me llamaban que se venga a Fuerte Tiuna, que
se entregue aquí. Bueno, vamos y entonces, en efecto, comenzó a funcionar algo.
Recuerdo que cuando llego hay un capitán o un teniente que lo ponen en la
puerta y siento que el muchacho me está mirando y yo lo miro. Primera señal.
Luego viene otro, se asoma y me dice tome esta piedra y frótela (esas piedras
de cuarzo que usan para la energía). Luego viene un tercero y le digo:
Consígueme un televisor, para ver qué está pasando ahí afuera, para ver qué es
lo que están diciendo por ahí en la TV, entonces el muchacho me consigue un
televisor y me pongo a verlo. Veo entonces que todos los canales privados,
porque el 8 (público) estaba fuera del aire, están leyendo que ha renunciado
irrevocablemente el presidente de la república y ha destituido al
vicepresidente Diosdado Cabello.
Veo eso y pienso: “Estoy muerto, estoy muerto,
la única forma que yo no desmienta eso más nunca es que me van a matar”.
Entonces le digo al teniente: “mira consígueme un celular por ahí”, y el
muchacho me lo consigue, el muchacho me lo consigue. Llamo a Palacio y llamo a
mamá y a papá, y no responden; llamo a un hermano, tampoco, llamo a mi hija
María, que estaba escondida en una casa de playa del novio de su hermana Rosa,
que ahora es el marido.
“María, cómo estás”, María tiene mucho de mí; Fidel la llama la heroína. Rosa,
la mayor, se pone a llorar, Rosa es muy sensible. María me dice como
animándome: “Papá, otra vez preso, qué broma tú, dónde estás”. “No, mi vida,
estoy en el Fuerte Tiuna. Mira María, óyeme, llámate a alguien, llama a Fidel
si puedes.” “¿Y qué le digo?” “Dile que no he renunciado, que yo estoy preso y
que me van a matar, pero que yo no he renunciado.” Y la niña con mucho aplomo me
dice: “Papá, tranquilo”. Y, en efecto, ella logró hablar con Fidel y Fidel la
saca al mundo. “Papá no ha renunciado, Papá es un presidente prisionero.”
Rompió el cerco mediático por La Habana, fíjate.
Luego los hechos van desencadenándose, el pueblo empieza a movilizarse. Los
militares patriotas en Fuerte Tiuna empiezan a hacer planes para rescatarme.
Sabían –de eso me entero yo luego– que Carmona da la orden a unos almirantes y
a unos generales de que debo amanecer muerto pero que me apliquen la ley de fuga,
que parezca un accidente. Eso lo oyeron mesoneros (mozos) que se habían quedado
ahí, en Miraflores. Como para estos señorones los mesoneros no son gente, no
repararon en ellos y en los soldados que se habían quedado y que oyeron cuando
Carmona dio la orden a unos generales y unos almirantes.
Uno de los mesoneros
empieza a llamar a oficiales leales y avisa: “Mira, acaban de dar la orden de
matar al presidente”. Los oficiales empiezan a moverse pero no pueden impedir
que me saquen del Fuerte Tiuna en la noche y me lleven a la bahía de Turiamo.
Allí me iban a matar, allí me iban a matar. Incluso ¿sabes de quién me acordé
yo, ahora que estoy en la Argentina? Del Che, porque yo sentí la muerte, yo
dije hasta aquí llegué. Como ves (el presidente Chávez se abre la camisa y saca
un crucifijo de metal que lleva colgado), cargo el Cristo que me había dado
Pérez Arcay cuando iba saliendo. “Lleva este Cristo”, me dijo y yo lo cargaba
cuando me bajé del helicóptero en la base naval de Turiamo, donde estuvieron a
punto de asesinarme.
Al bajar del helicóptero y empezar a caminar observé un conflicto entre los
militares que me custodiaban. Dos de ellos estaban ahí para matarme, pero otros
no, otros eran constitucionalistas. En el momento en que están por cumplir la
orden y yo estoy parado así, uno de los mercenarios estos me da la vuelta y se
pone por detrás y yo pienso “éste me la va a dar por la espalda”. Yo volteo y
le veo la cara: “Mira lo que vas a hacer”, le digo, y en ese instante salta un
muchacho oficial por mi costado y dice: “Si matan al presidente, aquí nos
matamos todos”. Eso neutralizó a estos dos mercenarios y me salvó la vida.
Después llegó otro oficial y me dijo: “Tranquilo, aquí vamos a buscarle dónde
dormir”, y me buscaron un catre de cuartel. Sentí que el peligro de muerte
había pasado.
Luego se desencadenaron los hechos y me trasladaron a la isla de
Orchila, en el Caribe venezolano. Allí hay otra base naval. Pero antes de eso,
ahí mismo en Turiamo, ya los muchachos de Marina estaban haciendo planes para detener
a los jefes de la base y llevarme por tierra a (la guarnición de) Maracay,
donde estaba firme el general (Raúl) Baduel. A todo eso yo había pedido un
short y una franela (camiseta) para ir a caminar cuando saliera el sol. Me
dieron permiso y se pegaron a mí, trotando. “Tranquilo –me decían– que Maracay
está en la calle y el general Baduel está firme.”
–Baduel es compañero suyo de promoción, ¿no?
–Yo le llevo un año, pero es como si lo fuera. Es un hermano de muchos años
Baduel... Yo me sentía ya adueñándome de la situación; había sargentos que me
obedecían y listos para cuando capturar a los coroneles y los capitanes de
navío, cuando les dieran la orden. Me decían: “Ahí tenemos camiones, en dos
horas estamos en Maracay”. Sin embargo yo les dije: “Aguanten muchachos,
esperen que llegue la noche. Estén pendientes con Maracay, comunicándose con
los paracaidistas”. Los paracaidistas ya sabían que yo estaba en Turiamo, así
que ya me tenían ubicado y haciendo planes.
Entonces me llevan a la Orchila,
adonde mandaron al cardenal y a unos militares golpistas. El cardenal me dijo
que yo debería colaborar y firmar la renuncia. Yo después me entero por qué:
desde Washington pedían copia de la renuncia firmada. Hay una carta que envía
el encargado de negocios de Venezuela diciendo que lo llamaron del Departamento
de Estado ese día y le dijeron que el gobierno norteamericano veía con buenos
ojos el gobierno de transición pero que necesitaban urgentemente la renuncia
firmada. Entonces los golpistas mandaron al cardenal para que a nombre de Dios
me pidiera un sacrificio más por el país. Incluso tenían un avión listo allí
para que yo fuera donde quisiera.
Yo había decidido no irme y estábamos en eso cuando anuncian que vienen los
paracaidistas, que viene un escuadrón de helicópteros a la isla a rescatarme.
Yo me doy cuenta de que la situación ha comenzado a cambiar porque el mismo
almirante que era el jefe de mis captores en esa isla viene de repente a hablar
conmigo, se para firme y me dice “señor presidente”. Y yo me dije: “Aaayyy,
algo está pasando en el continente”. Antes observo que los muchachos de la
Marina que me están custodiando comienzan a adoptar posiciones de combate en
torno a la casa donde yo estaba, allí en la playa. Veo unos comandos que
empiezan a perderse a buscar visores nocturnos y a establecer posiciones
defensivas. Entonces yo les digo, ya medio dueño de la situación: “¿Qué es lo
que están haciendo ustedes allí?”. “Bueno, no mi comandante, el almirante dio
la orden de que asumiéramos posición de defensa”. “Llámame al almirante”, le
digo.
El cardenal y los dos coroneles están ahí cuando el almirante viene, se
para firme, y me dice “ordene, señor presidente”. Ahí todos entendimos y el
cardenal se puso blanco. Entonces me dice el almirante: “Presidente, le pido
que me atienda en privado”. Me paro, pido permiso al señor cardenal, me voy con
el almirante, le pongo la mano en el hombro y le digo: “¿qué te pasa?”. “No,
comandante, que la situación allá está muy difícil en verdad, el pueblo está en
la calle, yo estoy cumpliendo órdenes, pero cuente con su vida, yo estoy aquí
para protegerlo.” “¿Para protegerme de quién?” Me dice: “Baduel está con los
paracaidistas, vienen en el aire y no quiero muertos allí, si usted puede
llámelo y hable con él”. Pido comunicarme por radio, Baduel no venía, pero
venía otro general y otro almirante. No hubo un disparo, ellos sencillamente se
entregaron, entregaron las armas y me liberaron allí mismo.
(En ese momento entró al salón donde se hacía la entrevista María Gabriela, la segunda
hija del presidente Chávez, una muchacha morena de 22 años, a la que el líder
venezolano –visiblemente orgulloso– le hizo repetir la historia del llamado a
Fidel Castro que él mismo nos había contado.)
María, señalando a su padre: Nosotros estábamos escondidos y él nos llamó. Mi
hermana lloraba muchísimo. Yo soy muy llorona también, pero ese día yo dije,
no, no tengo que llorar. Cuando agarré el teléfono, nos echamos a dar bromas,
¿te acuerdas, papá? “¡Qué cosas, pórtate bien!” Luego de echar bromas ahí, él
me dijo: “No he renunciado”. Yo le dije que en la televisión estaban mostrando
su renuncia, me contestó que era mentira y que me comunicara con alguien. Llama
a tu tío, me dijo, pero no era sencillo, todos estábamos escondidos. Apenas
suelto ese teléfono empiezo a llorar. Pero luego reaccioné y empecé a buscar a
Fidel hasta que logré hablar con él, y Fidel me dijo de hablar con Randy
Alonso, que es el conductor de la mesa redonda, y Randy me entrevistó.
Chávez, abrazándola: Fidel la llama la heroína. Te digo otra cosa, conversar
con mis hijas María y Rosa a mí me dio mucha fuerza. En un momento en que yo
estaba como resignado a lo que fuese, comienzo a reaccionar, a responderme a mí
mismo, a ponerme de pie y a decir esto no ha terminado. Hay un efecto sobre mí,
chico, que tiene que ver con los niños. Había ahí una enfermera en Turiamo que
me fue a chequear en la noche del 12, antes que me llevaran a Orchila, ella me
toma la presión, descalzo, en shorts, y me dice: “Mi mamá y yo que lo queremos
tanto, pero quién iba a pensar que lo conocería así, tanto que yo quise
conocerlo”. Y me cuenta, entre lágrimas, que tenía un niño. Se va y me deja
tocado. Empiezan a aparecerme niños y empiezo yo a pensar en los niños, sobre
todo en los niños pobres, en manos de esta caterva de traidores gobernando. Me
voy al baño y lloro, lloro mucho, pero salgo de ese baño de pie otra vez. Me
digo: “No, esto no puede quedarse así” y empiezo a reaccionar. Ahora tú sabes
que a mí me ha pasado eso de los niños varias veces.Yo tengo un sueño
recurrente con la muerte. El más claro que recuerdo lo soñé cuando fui a
Pernambuco a un encuentro con Lula. Un sueño muy clarito, parecía una película.
Soñé que estaba por allí y que salía la muerte buscándome. Se estaba llevando
gente y andaba por mí. Entonces yo digo “voy a enfrentar a esta muerte. Una
mujer elegante, madura pero no fea, con largas uñas moradas”. Empiezo a hablar
con ella: “Ah, bueno, me vas a llevar”, como resignado pues, y de repente yo le
pregunto a la muerte: “Bueno, qué es lo que estás pensando que pasó, qué hay
que hacer”. De pronto pasa un niño y la visión del niño me hace reaccionar
contra la muerte y le digo: “no, no, no, oye, ¿qué derecho tienes tú para
llevarme a mí, qué voy a hacer después con esos niños?”. Y me escapo, entonces
me convierto en un avión que va volando. En un avión así angosto, y un ala
choca y no cae, sin ala sigue volando y detrás venía, ahora sí, el monstruo, y
el avión yo sé que se metió en un pajonal pero yo me escapé al fin, porque
luego, como en una película, aparezco en un pueblo, caminando, pensando “me
escapé”. Pero de repente en la esquina la veo parada. “¡Coño, está la muerte
otra vez!” Entonces veo ya no es la muerte, es la misma mujer, pero me sonríe y
está con un niño. Yo, un poco temeroso me acerco, “te presento a mi hijo”, y
ahí terminó el sueño. Yo lo he soñado como dos o tres veces, o sea que aquí por
dentro hay una fuerza que me dan esos niños, una fuerza que se resiste a ser
derrotada o a morir.
(Chávez bosteza, está agotado después de una jornada interminable. Pregunta la
hora. Nos da vergüenza decirlo: las cinco y media de la mañana. Atrasó la
salida del avión presidencial para cumplir su promesa de la mañana. Aunque
todos estamos destruidos, Hugo Chávez quiere agregar algo, que también tiene
que ver con la señora de las uñas moradas, a la que ha burlado con el
hermano-padre que es Fidel Castro.)
La llamada de Fidel fue definitiva para mí. Llamó a las 12.05 de la noche del
11 de abril, cuando yo estaba en el dilema de resistirme o entregarme. No sé
cómo entró al Palacio de Miraflores la llamada de Fidel, porque los teléfonos
estaban saturados y saboteados.
Fidel me pregunta cómo está la situación. Le
comento rápidamente y entonces me dice: “Mira, te voy a decir algo, salva a tu
gente y sálvate tú, haz lo que tengas que hacer, negocia con dignidad, no te
vayas a inmolar, Chávez, porque esto no termina ahí. No te vayas a inmolar”.