Susana Viau sobre 'El Mal'

Hasta el título es escalofriante. No es “la maldad”, que remitiría apenas a un aspecto de las cosas feas que los hombres suelen hacer: es “el mal”, el mal absoluto, esencial porque no hay un tramo de la historia que cuenta Miguel que se libre de ese estigma. El mal la constituye, la explica y la sostiene. El mal --el dinero a cualquier precio, al precio la vida de los otros —es  su razón de ser.

Es la maldad condensada: 25 mil toneladas de roca, cuenta Miguel, regadas por 35 millones de litros de agua que contienen 4 toneladas de cianuro, cal y zinc. Todo eso para obtener apenas 25 kilos de oro. Luego de la extracción quedarán en esas ollas estériles 50 mil toneladas de desechos y 240 toneladas de cianuro de potasio. Los lingotes y esa ciudad a 4 mil metros de altura que es la Barrick están custodiados por guardias jurados entre los que descolla Rubén Osvaldo Bufano, partícipe de la Masacre de Fátima, nombre con que se conoce el asesinato y voladura en masa de 30 detenidos en el Departamento Central de Policía, el 29 de agosto de 1976. Bajo la protección de Bufano y sus amigos, las barras de oro serán llevadas de San Juan a Mendoza, de Mendoza a Zurich y de allí a una refinadora de Los Alpes.

El Mal reconstruye el camino que conduce de la Barrick Investment, la empresa controlada por Triad, una sociedad de los hermanos Kashoggi, a la  Barrick Resources y por fin a la  American Barrick, partera de la Barrick Gold. La de la Barrick es, por lo tanto, una historia multinacional en la que se funden un testaferro canadiense, capitales sauditas, un miembro del directorio llamado George W. Bush y el dinero de la operación Iran-Contras.

Multinacional, casi  universal, podría decirse. No porque el demonio no esté en nosotros sino porque nos excede, infinitamente. El mal habita hoy aquí pero en estos casos la localía no es una ventaja deportiva, es una maldición.

Las víctimas de esta desgracia son la tierra, el agua  y los hombres. Si me permiten una digresión,  el  mal envenena la tierra y cuando le place, también vive de sus frutos. Allí esta si no la Del Monte Fresh Produce, la productora y exportadora de frutas y verduras más grande del mundo, enfermando con sus pesticidas a los pobres de Colombia y Ecuador y sosteniendo con su aporte a los paramilitares de las AUC, Autodefensas Unidas de Colombia. En el directorio de Del Monte estaba –y quizá aún esté, con más discreción-- Marvin Pierce Bush, hermano de George W. Su socio era –y puede que todavía lo sea- Oussama Abou Ghazale, un riquísimo saudita que vive en Chile, muere por los caballos de carrera y es padrastro y benefactor de Benjamín Vicuña, el marido de nuestra Carolina “Pampita” Ardohain.

 Como se ve,  los victimarios vienen de todos lados. Miguel lo ratifica: el príncipe saudí Nawaf bin Abdul Aziz Al Saúd, hermano y consejero del rey Saúd de Arabia Saudita; Adnam Kashoggi, el traficante de armas y empleado de la CIA que vivía, como Al Kassar,  en Marbella y atracaba en las aguas celestes y tranquilas de la Costa del Sol su yate  Nabyla. Nabyla era el nombre de su hija y estaba grabado en grandes letras de oro en la popa porque el oro revestía los herrajes, los picaportes, los grifos. El oro de Kashoggi estaba por todas partes.

Peter Munk, su testaferro, el canadiense presidente de la Barrick era, según  cuenta Miguel,  el front man de la inteligencia saudita y la inteligencia saudita, el caballo de Troya de la CIA en Medio Oriente. En la trama de El Mal están, por si faltara algo, David Mulford, Domingo Cavallo y la mafia del oro; y están los hermanos Gioja, que, a tono con los tiempos que corren, se inventaron militancias, persecuciones y represalias  como salvoconducto para la impunidad.

Los Gioja fueron un puntal del kirchnerismo y ahora cierran filas en torno de una Presidente que en junio del 2010, en Toronto, se sentó junto a “Piterman” –así  le dice Cristina Fernández a Munk- bajo las banderas de Argentina, de Canadá y el lienzo blanco con trazas doradas de la Barrick Gold. NO sorprende: los kirchner tienen debilidad por el petróleo y la minería. Mejor dicho,  por los dueños del petróleo y de las minas.

Así fue como en 2004 hicieron oídos sordos a las denuncias de los delegados de Yacimientos Carboníferos de Río Turbio que avisaban de la desactivación de los sistemas de seguridad, del aumento de los ritmos de producción y la tasa de accidentes, del descuido criminal que había dejado, destrozado ente  los rodillos de la cinta sinfín en la que estaban obligados a transportarse hasta el interior de los túneles, el cuerpo de un compañero.

En el comité de vigilancia se sentaban, por la provincia de Santa Cruz, el actual secretario de Energía Daniel Cameron y el actual diputado Edgardo Depetris, un verdadero baluarte de la lucha gremial que se distrajo y no percibió la proximidad de la tragedia. Murieron 14 trabajadores. Cuando un derrumbe sepultó a 33 mineros en Chile, Cristina Fernández escribió en twitter: “¡Imaginate si eso hubiera pasado acá!”. Robert Luis Stevenson le hubiera dicho: señora, “su memoria es magnífica para olvidar”. 


Las peripecias de todas esas vidas se encastran con la suavidad de un guante en el libro de Miguel: sus 494 páginas y  San Juan son su punto de encuentro, el lugar en el mundo de la “minería responsable”, el emprendimiento  de Pascua Lama, una hermana de sangre de  la mina de cobre y oro de los Bajos de la Alumbrera. 


¿Quién podía haber contado estos sucesos con la tensión y el suspenso que Miguel Bonasso le imprime a El Mal?; ¿quién podía horrorizar,  entretener y sublevar, al mismo tiempo? Esta historia tuvo desde el principio un narrador asignado: el que había escrito la gran novela de la dictadura, Recuerdos de la Muerte, el que había construído la soberbia biografía de un personaje oscuro y poderoso que signó la década menemista, Don Alfredo, el que tradujo a la vida cotidiana las andanzas subterráneas de la guerrilleros en el Diario de un Clandestino; el que enhebró en un relato –El Palacio y la Calle—las movilizaciones y las muertes jóvenes del 19 y 20 de diciembre de 2001, el que se volcó a Bernardo de Monteagudo en La Venganza de los Patriotas.

Debo aclarar que la subjetividad me hace más difícil hablar de Miguel ser humano que de Miguel escritor. No obstante, de Miguel escritor puedo hablar yo y pueden hablar muchos, incluso los jóvenes. Con respecto al ser humano, por profesión y por edad me toca el turno. Podría recordar que nos empezamos a encontrar en los años 60, aunque yo lo haya conocido, unilateralmente, mucho antes, cuando lo vi en una foto de El Hogar, la revista que se compraba en casa de mis padres,  porque a los 16 o 18 años había ganado un concurso de poesía y publicado su primer libro. Creo, él me corregirá, que el nombre de Borges andaba por allí, en el jurado o en el prólogo.

Después compartimos el periodismo y la política. En todos estos años nunca, que yo sepa, rechazó los compromisos. Por el contrario, intuyo que lo enorgullece contraerlos y siempre estuvo donde uno esperaba,  ocupando  el sitio de justicia que se condecía con su pensamiento y su vida: en las luchas obreras, enfrentando la represión con los trabajadores de Bruckman,  en las huelgas de hambre de los presos políticos… para no hablar de lo que no se debe.

Por eso me parece que El Mal es más que una magnífica investigación contada por un novelista. Es una toma de posición.. En un principio, Miguel respaldó con cautelas a Néstor Kirchner y a su mujer y se alejó cuando muchos otros intelectuales compatriotas  se acercaban a ellos para no perderse el último ómnibus del buen pasar.

De haber permanecido en las inmediaciones del kircherismo hubiéramos visto a Miguel entrevistado y entrevistando en  Canal Encuentro, dando clases  en Canal 7, ocupando un horario premium en Radio Nacional, recibiendo el subsidio del INCAA para una película y escribiendo columnas zalameras en uno o en todos los diarios oficialistas. Miguel le ha cedido a otros ese lugar olvidable y ha vuelto por entero a la escritura y con ella testimonia.

Claro, hasta que nuevas situaciones le pidan poner el cuerpo, además de la cabeza. Porque escribir es, en él y para una generación,  algo placentero y apasionante que se hace mientras tanto. A mi amigo Bonasso, o Bossano, o “Cogote” o “doctor Cuello”  le agradezco que haya pensado en mí para estar en esta mesa, a su lado y contra el mal.

12 de octubre de 2011
Susana Viau