Aires de catástrofe

Hoy me desperté como todos los habitantes de esta ciudad con una sensación de cataclismo inminente. Prendí la tele y me encontré con la nube tóxica y luego con Berni, ataviado para el gas sarin y me vino a la memoria una sabia sentencia: del ridículo no se vuelve. Pero la sensación de caos, iniciada por el veneno de un agrotóxico, por cierto, mutó en tormenta formidable.

Mientras puteaba porque se me inundó por onceava vez la casa y me indignaba junto a todos los pobres ciudadanos tan maltratados por el poder, mi mente ensombreció más que el cielo: la reiteración de tanta catástrofe natural no es "natural". La deforestación, los gases invernadero, el llamado "cambio climático" nos van acercando a la profecía del Popol-Vuh. Sólo que no es el mundo (la Tierra) la que se va a acabar; esa resiste millones de años y se regenera, sino este monito insolente que es el Hombre. Una especie en peligro, pero no por el efecto de un meteorito como los dinosaurios, sino de su estupidez, de su egoísmo, de su codicia, de su desprecio de la Vida con mayúsculas.