Gramsci y el Tyrannosaurus Rex


Por Miguel Bonasso. Buenos Aires, 21 de abril de 2013.

Las antinomias de Antonio Gramsci
Lo que está ocurriendo en la Argentina resulta una encarnación espectacular de los conceptos básicos de Antonio Gramsci: sociedad civil y sociedad política. El gran teórico del comunismo italiano se hubiera maravillado ante la representación casi perfecta de sus antinomias en la gran marcha nacional del 18-A.

Por un lado, la sociedad civil (pluriclasista) saliendo a la calle para reclamar o defender diversos derechos cívicos en una reivindicación polimorfa pero única, por el otro la parte opositora de la sociedad política dividida, desorientada, marchando detrás de aquellos a quienes debería representar sin poder lograrlo.


Completando el cuadro, la parte oficialista de la sociedad política enojada ante la manifestación de la sociedad civil, procurando reducir el número de manifestantes en un estúpido regateo que vuelve a descalificarla.


Las dos categorías centrales del pensamiento gramsciano siguen sin encontrarse.


El teorema de Sandler vuelve a evidenciarse: la argentina es una sociedad con gran energía política y muy escasa cultura política.  


         En el pasado ese desencuentro entre sociedad civil y sociedad política produjo resultados lamentables. La formidable energía tectónica que se liberó el 29 de mayo de 1969 en el Barrio Clínicas de Córdoba no logró ser encauzada por los sectores más radicales y terminó bajo el ala de Juan Perón que la malversó en beneficio de la reacción, hasta que su muerte (más que previsible) dejó al país a merced de los asesinos.

         El estado asambleario de la ciudadanía, que estalló en mil colores tras la jornada heroica del 20 de diciembre del 2001, se fue miniaturizando al compás del infantilismo izquierdista, hasta que el duhaldismo primero  y el kirchnerismo después vinieron a ocupar el centro de la escena.

         Más inteligentes que Duhalde, Kirchner y Cristina acoplaron a su gestión algunas de las reivindicaciones de aquel gran diciembre que tumbó al estólido y perverso De la Rúa. Reivindicaciones que tenían que ver –curiosamente- con la calidad institucional de la República. Aunque la desocupación y el corralito jugaron un papel protagónico en el estallido, también pesó de manera decisiva el clamor para que se acabara la impunidad (respecto al genocidio y la corrupción) y el cambio de una Corte Suprema de letrina por un tribunal superior que hiciera honor a su altura jurídica.

         El cumplimiento (parcial) de estas reivindicaciones cívicas fue recompensado con el respaldo ciudadano. Kirchner, que había sacado el 22 por ciento de los votos en los comicios del 27 de abril de 2003, saltó rápidamente a un 70 por ciento del apoyo popular en todas las encuestas.

Prodigioso capital que descendió vertiginosamente en la “guerra gaucha” del 2008 y su secuela electoral del 2009 y luego logró ser recompuesto, tras su muerte y el irresistible ascenso al 54 por ciento.

         ¿Qué es lo que ocurrió, entonces, entre aquel resultado electoral y el repudio de grandes sectores ciudadanos que se evidenció en las marchas del 13S; el 8N y el 18A? El cansancio ciudadano ante la comprobación de que persiste la cópula entre política y negocios. La evidencia de que la corrupción mata e impide la construcción de un verdadero Proyecto Nacional. La aplastante convicción de que los sinvergüenzas van al sector VIP de las discotecas y no a la cárcel. Que el Estado es un botín para los políticos y la división de poderes una cuasi ficción que se intenta perfeccionar –para mal- acabando de una buena vez con el escaso margen que le resta a la justicia. 

         Resulta algo simplista decir que una cosa fue la era de Néstor y otra totalmente diferente la de Cristina, como si la pareja presidencial no conformara una díada político-ideológica que construyó a medias lo que suele llamarse el Modelo K. Una suerte de peronosaurio patagónico que ya ha cumplido diez años de edad. 

         La creación del Peronosaurio los unifica más allá de algunas diferencias entre los primeros años de Néstor y los últimos de Cristina, como el superávit fiscal de Kirchner y el déficit de su viuda. O el aplauso ante una corte de juristas respetados que ahora ha sido reemplazado por los destemplados improperios de la señora Bonafini contra esos mismos juristas.

         Lo que hoy apesta ya estaba en germen en el gobierno de Néstor. Los testaferros afilaban los cuchillos para el festín de las licitaciones. Más que para gestar una “nueva burguesía nacional”, para armar en las sombras el Grupo Económico K: las garras, las fauces y el sistema digestivo del Peronosaurio.

         Con un nuevo esquema de la asociación obligatoria, que logró superar al diezmo menemista: “vas a ganar todas las licitaciones pero yo voy a tener el diez por ciento de tu empresa”.

         Este el secreto a voces que no alcanza a descubrir la justicia federal de Comodoro Py, donde los allanamientos parecen un travelling de Tarkovsky. La urdimbre real de la podredumbre política, tapada por la eclosión cloacal de las malas fariñas, la tv basura, los desorientadores de opinión y las hetairas que evocan la decadencia del menemismo y su epítome: el jarrón de Cóppola. ¿Hasta cuando, joven, hasta cuando?

         Esta es la clave que oculta el incienso de los “intelectuales K”. El acertadísimo reemplazo de los eructos de Gostanian por los razonamientos alambicados de “filósofos” como Forster ante la mirada  comprensiva de Feinman el Malo, convenientemente cristinizado por el olio sagrado de Cristóbal López y sus tres mil tragamonedas.

         Progresistas y fascistas conviviendo en el vientre del Peronosaurio Patagónico en transición -cada vez más notoria y acelerada- hacia el Tyrannosaurus Rex. Hacia la absolutización del poder.



         Así, frente a un sector de la sociedad política cada vez más ávido de poder y otro sector –el opositor- fragmentado e ineficiente, emerge nuevamente la reacción multiforme de la sociedad civil expresando con  nitidez su rechazo ante la degradación del Estado de Derecho, que alcanzaría niveles insoportables con una nueva reelección en el 2015.

         Reacción imprescindible pero insuficiente.

         ¿Cómo traducir esa energía en propuesta política? ¿Cómo superar el escepticismo justificado de la sociedad civil frente a los vicios e ineptitudes que caracterizan a vastos sectores de la sociedad política?

         El mero amontonamiento de dirigentes no garantiza el éxito. El fracaso total de la Alianza es la mejor demostración de que la unidad por la unidad no sirve. Retroceder hacia una construcción política que tuviera como objetivo excluyente desplazar al poderoso de turno (llámese Menem o Cristina) sin definir simultáneamente las grandes metas programáticas que la fuerza emergente pretende alcanzar, sólo conduciría a una nueva frustración colectiva.

         Al mismo tiempo, es indudable que el proyecto continuista no será electoralmente derrotado sin una imprescindible sumatoria de votos. Ya. Con la urgencia del caso. No se avizora un 2015 victorioso sin un 2013 que levante una primera barrera contra el avance autoritario del gobierno.

         ¿Cómo lograr dos objetivos que parecen antagónicos? Es un tema arduo, difícil, que trasciende los modestos límites de esta reflexión puntual sobre el pasado 18 de abril, pero que nos convoca a todos los que pretendemos vivir en un país donde la justicia social y la libertad no sean términos antitéticos.

         No sobra el tiempo, pero aún es posible intentar una política de grandeza y desprendimiento como la que la sociedad civil está reclamando. Los dirigentes más honestos y decididos de la sociedad política deben ponerse a la altura de este momento histórico, en el que hacen falta más que nunca las ideas superadoras y los compromisos éticos de cara a la sociedad civil.

         El país necesita más que nunca un gran frente que trascienda las fronteras partidarias y se proponga erradicar para siempre el vínculo perverso entre negocios y política.

         Es imprescindible derrotar al grupo faccioso que pretende eternizarse en el poder, pero de poco nos serviría si no derrotamos simultáneamente a la corrupción que mata, se disfraza y se multiplica como una hidra de mil cabezas. No sólo en la sociedad política sino también en la sociedad civil.

         Como cualquier cambio cultural, no será rápido ni fácil. Pero, como reza un proverbio oriental todo comienza con un primer paso.
         Tal vez con un Pacto. Que no puede ser el de Olivos, sino el que sellaron los ciudadanos en las calles de la República.

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